jueves, 16 de agosto de 2007

La Mujer-Niña (Parte 1)

Después de mi sentida y arbitraria apología al Hombre-Niño positivo, no me queda sino cerrar la trilogía con una figura bajo la cual me suscribo: la Mujer-Niña. Fenómeno éste bastante reciente en la Historia conocida, debido a que su desarrollo ha dependido mucho de la libertad de actuación y pensamiento que ha ido ganando la mujer en el último tiempo. Antes, su aparición manifiesta se circunscribía dentro de algunas mujeres de la realeza, círculos restringidos de intelectualoides y artistas de la clase alta y siempre dentro de este sector high. Sólo basta hacer el ejercicio mental de tratar de imaginar a una obrera inglesa de 27 años de finales del siglo XIX, que después de trabajar 16 horas en la fábrica, llegara a su casa a peinar sus muñecas de porcelana o a jugar con los accesorios de su casa de idem, antes de volver al tajo… Imposible.

Tal como en el caso del Hombre-Niño, en la figura de la Mujer-Niña también pueden darse dos vertientes positiva y negativa, pero, primero, una aclaración y una disección.

Con Mujer-Niña no me refiero a esa estampa erótica de postguerra de la lolita o la pin-up aniñada, con la boquita de piñón y el gesto de ups! que tanto excita la mente calenturienta de los hombres. Es decir, no hablo de una imagen sexual a tenor del gusto varonil, sino de una actitud frente a la vida que puede o no redundar en convertirse en un ícono sexual para algunos. A cada cual sus parafilias…

La Mujer-Niña tampoco quiere crecer. La niñez y la adolescencia son su mundo secreto, mágico y finito donde poder estar segura y a salvo, lejos de ese mundo hostil pletórico de hienas femeninas siempre dispuestas a hacer zancadillas, y hombres-lobo que se rifarán sus encantos. Por lo cual tratará de conservar ese estado mental ad perpetuam, manteniendo algunos de sus deleites juveniles tanto como se lo permita su economía. Pese a ello, la Mujer-Niña no tiene aún el beneplácito social a su existencia como el Hombre-Niño, figura aceptada dentro de la sociedad, por lo cual debe disimular sus hobbies y forma de ser para adaptarse a su entorno. Dentro de si conservará sus gustos y aficiones, casi siempre en secreto y lejos de las miradas de los críticos. En el caso femenino, en muchos ocasiones poco importa la creatividad y el talento, sino sólo la figura externa de la mujer excéntrica o loca a secas, que colecciona juguetes y/o se viste como joven cuando ya no lo es.

Sin embargo, estas trabas parecen no correr para aquellas que han nacido entre algodón y para aquellas que han tenido la suerte de tener padres permisivos. Y aquí va la parte negativa del asunto…

Todos hemos oído hablar de esa pija –pariente o no-, que posee la mayor colección de muñecas que hayas visto y todos los accesorios originales de Hello Kitty. Que viaja antes de los 16 años a Disney World Orlando - que no París-, la cual crece exteriormente pero a la que su familia sigue financiando sus caprichos de adolescente que ya no es: con viajes, coches y guitarras para hacer juego a esa pinta de chica punk del –náusea- Corte Inglés, que colecciona novios como perchas para la ropa. Y todo eso es visto como muy super guay por el resto de borregos menos favorecidos económicamente, que la eleva al estatus de diva de todo. Finalmente, sin necesidad de madurar en absoluto ni trabajar en la puta vida, esta pija terminará –si vive en Madrid- con una empresa de diseño exclusivo de ropa en calle Serrano donde desarrollar su creatividad, o en una repugnante tienda de artículos poppies en Malasaña.

El caso de la de los padres permisivos es todavía más patético. Corresponde a la imagen femenina que muchos conocen como la consentida –si, como la cueca chilena-. Esta triste figura es desde pequeña tratada como si de una raní oriental se hablara, por unos padres –sobre todo la madre- que ceden a todos sus caprichos por nimios y molestos que sean, aun cuando la economía familiar no aguante tanto despilfarro. Esa niña que restriega sus nuevos juguetes en las narices de sus compañeros de cole más desfavorecidos; esa adolescente vanidosa y veleidosa, siempre pendiente de las marcas de moda y de ser el centro de atención. Esa Scarlett O’Hara de extrarradio que es presa de las rabietas cada vez que algo no resulta como ella quiere, que suele ser una hija ingrata y desaprensiva, la cual sólo volcará sus energías en la búsqueda de un auspiciador-consorte digno de ella. Y pobre de aquel que caiga en la red: la Mujer-Niña, la consentida, manipuladora y obsesiva, instaurará un reino de terror en el que el pobre pelele de turno sólo pintará algo mientras pueda satisfacer los caprichos de su augusta compañera…

Ejemplos famosos de esa faceta negativa hay unos cuantos, pero yo creo que con una personalidad paradigmática se puede ilustrar este asunto. Y creo que la dulce emperatriz Sissy viene al pelo. Las actuales biografías no hagiográficas han sacado a la luz la personalidad cuando menos asquerosamente complicada de esta mujer, independiente de lo que digan las que la idolatran hasta el punto de obviar lo que para mi son claras patologías mentales: Obligada a casarse a los 16 años con el Emperador de Austria, Francisco José I de Habsburgo-Lorena, en 1854, después de vivir una bucólica infancia de trenzas y amor maternal, nuestra querida Elisabetta Amalia Eugenia von Wittelsbach, Duquesa de Baviera, manifestó en la corte de Viena una vanidad y egocentrismo a prueba de muyaidines-bomba. Más allá del conocimiento certero de que se trataba de una mujer inteligente, muy culta y extremadamente autoexigente, también se sabe de su personalida caprichosa, engreída, con actitudes decididamente de ultramega narcisista.

Además, fue una bulímica y anoréxica toda su vida. A partir de los 25 años luchó cuanto pudo por conservar su figura juvenil de cintura de 47 centímetros y peso de 50 kilos, para 1,72 cm. de estatura. Su dieta ideal eran los pasteles, chocolates y helados, pero los remplazaba rápidamente por zumo de carne y naranjas como única comida del día en cuanto veía peligrar su peso ideal. Practicaba compulsivamente desde las 5 de la mañana gimnasia, y también esgrima, equitación y cacería, además de ser adicta a caminatas de más de 4 horas. La obsesión iba también por su pelo, que le llegaba más abajo del culo, y que debían mantener brillante, teñido y decorado con cientos de trenzas para verse siempre estupenda. Cuando los añitos se le hicieron más notorios, cubrió su rostro con velos y abanicos y ya al cumplir los 30, había prohibido que volvieran a hacerle fotos.

La mala alimentación redundó en su ya mórbido carácter, acrecentando sus cuadros depresivos –insomnio, melancolía, cefaleas, mal humor-. Dicen que detestaba a los niños y odiaba el olor de los bebés. A los 30 años, y después de haberle dado los 4 hijos que tuvo la pareja, le dio con la puerta en las narices a su regio consorte –que la idolatraba-, negándole desde ese momento y hasta su muerte cualquier contacto sexual con ella. Por supuesto, murió antes que ese pobre desgraciado –en 1898 a los 61 años- que, enamorado, le lloró hasta el fin de sus días.

Siempre hay un roto para un descosido…

Y para que vean que esto no es invención mía, incluyo sorprendida un fragmento de una página sobre Sissi que acabo de encontrar en la web, porque no había leído nada antes de comenzar esta crónica vital:Ni varón ni mujer, atravesó inquieta el mundo como un ser infantil, asexuado, narran en el libro La emperatriz Elizabeth, mitos y verdad, de la historiadora Gabriele Praschl Bichler y los psicólogos Gerti Senger y Walter Hoffmann. Para ellos, era una joven narcisista que nunca superó la pubertad. Representó a la mujer niña que se opone a su propia evolución sexual y social, pagando con la anorexia el precio de una batalla en su inconsciente”.

Es que lo que no sé lo adivino.

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