
Después de esa verborrea entonada como mea culpa, en cuanto a la extensión de esa plaga peterpanesca debido a nuestra propia falta de criterio y de miras, no puedo sino agregar que todo tiene su yin y su yan, su cara y cruz en cuanto a efectos positivos para las criaturas vivientes. Y así como hay bichos tiránicos e inservibles detrás de ese guapo guitarrista amante de Galáctica, astronave de combate, o de aquel creativo cortometrajista que tiene la colección de muñequitos de Star Wars, no todo hombre-niño es un ser despreciable y abyecto. Porque no toda persona que no quiera pasar página a la dulce niñez tiene que ser, como condición sine qua non, un mentecato obsesivo, manipulador y egoísta.
Los hay que sin dejar de buscar los Art Books de Dragon Ball, jugar a la Wii hasta joderse los tendones o tocar machaconamente la guitarra en su grupo de hard rock, tienen su empleo, son autosuficientes y suelen ser parejas que, ante todo, buscan a una igual en cuanto a estado mental, que comprenda sus aficiones y con quien compartir similares características de personalidad y gustos. Entelequias que, pese a ser estigmatizados por su familia y sociedad como raros, infantiloides e inmaduros, son capaces de crear –música, historias, guiones, arte-, de investigar, inventar cosas y de apoyar a quien esté junto a ellos en sus proyectos propios. Suelen tener una imaginación desbordante –las horas de lectura, TV, juegos de rol y Magic no han pasado en vano-, y para cosas prácticas y por mucho que les disguste, pueden interactuar socialmente sin que por ello eso represente un trauma.
Son criaturas cuya condición de eternos adolescentes –en parte-, los hace menos susceptibles de ser corrompidos por la vil sociedad de mercado. Incluso suelen permanecer alejados de esas repugnantes manías, miserables costumbres y horripilantes prejuicios propios de hombres más “experimentados”, “adultos” y, supuestamente, maduros. Además, aun cuando no todos sean tan creativos ni posean un talento manifiesto, suelen ser capaces de observar, descubrir y alentar las habilidades, talentos y capacidades en otros.
No hay que olvidar que se trata de sujetos bastante especiales en su carácter y quizás en este tipo positivo, los menos habituales de encontrar. Porque, entre el hombre-niño hijoputesco y el agradable hay una línea fina de separación y que ambos pueden rozarse en el momento en que se hacen emocionalmente dependientes de otra persona. Después de todo, siempre necesitarán de un pilar al que aferrarse ante el terrible mundo exterior.
Sin embargo, pese a adolecer de esas cosas que suelen agradarle tanto a las mujeres-objeto, en busca del macho alfa con el cual aparearse y que las cubra de pieles, -como testosterona a chorros, físico de estrella, triunfos deportivos, ambición en consonancia y una chulería de cantante pop de moda-, sus carencias son dobladas de sobra por esas cualidades no tan obvias pero, no por ello menos importantes. La comprensión frente a los intereses, los gustos y las necesidades del otro no es algo que abunde precisamente. Ni tampoco la visión del otro como un igual, con esa igualdad que da la visión adolescente de la vida.
Como una compañera en el juego de la vida.
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