viernes, 17 de agosto de 2007

La Mujer-Niña (Parte 2)

Desde los años ’80 ha habido una progresiva rehabilitación de la mujer como eterna adolescente. Claro, no podría ser en otro momento sino en los chillones y hedonistas ’80, cuando el acceso a las mujeres a distintos puestos de trabajo se masificó oficialmente. Baste sino recordar esa terrible película Working Girl -Secretaria ejecutiva-

A partir de esta década de pelos escarmenados y cardados, de laca y colores de maquillaje incompatibles, cuando el postpunk suavizó el punk hasta convertirlo en tonterías infantiles –escuchar Blondie- y estilísticas, surgieron estrellas pop femeninas que reivindicaban la figura lúdica de la Mujer-Niña; sexualmente activa pero caprichosa e infantil, excéntrica y juguetona. La primera Madonna, con sus faldas de vuelos, sus leggins o calzas, su actitud juvenil desenfadada –y el sobaco peludo, ¡horror!-, pero, sobre todo, Cindy Lauper, y sus vestiditos estrafalarios y de colores, su cara aniñada, sus gestos y movimientos de cría, sus pelos locos y su voz de Betty Boop, representan la cara visible de ese tímido movimiento a la aceptación de la mujer que se niega a crecer y quiere que respeten su identidad como tal. La gran Nina Hagen es El Ejemplo a través de las décadas.

Y en esta apología personal, podríamos plantear que el lado positivo de la Mujer-Niña, es aquella que constituye el sueño de todo freak decente que no ve a las chicas como un animé hinchable mudo con la figura de Mai Shiranui, o una mujer-objeto de comic tipo Lady Death. Es la eterna adolescente cuya finalidad no es un chalet en a costa, ni un puesto de ejecutiva jefe, ni manejar un 4x4, ni irse de vacaciones a Cancún. Sino que son aquellas que se emocionan viendo alguna película de shojo manga, que coleccionan muñecas, juguetes, discos o cosas de distinta índole; que peregrinan a algún lugar por alguna razón místico-sentimental y no por moda. Las que se visten sin preocuparse en lo más mínimo de las convenciones de la moda y van de leopardo a comprar el pan, o con las camisetas de sus grupos favoritos o con la ropa que le salga de las narices. Las que aún se sienten princesas o brujas de su propio mundo; las que aún pueden salir con sus amigos y beber de morro sentadas en el suelo sin ofenderse. Las que se compran libros, comics y revistas como alimento vital. Las que pueden hablar de “tú” con los adolescentes y entenderlos más que sus padres; las que van a conciertos de rock y cantan con todo el mundo. Las que dejaron de oír a los demás preguntando “cuándo te casas” o “cuando me das un nieto” y se niegan a vivir bajo tópicos socialmente aceptados. Las que se sientan solas en su casa sabiéndose distintas y complicadas y, a pesar de lo dicho anteriormente, se preocupan por no cubrir los cánones de mujer “normal” que la sociedad exige y se preguntan de vez en cuando si habrán hecho la elección correcta asumiendo y demostrando cómo son.

Una Mujer-Niña es capaz de entender las locuras de los Hombres-Niño, ya que ambos habitan una edad mental similar -aunque puede no darse la situación inversa…-, y suele buscar seres símiles capaces de entender su carácter e intereses. Huelga decir que la eterna adolescente de a pie en la mayoría de los casos, debe aún camuflar su verdadera personalidad por una apariencia más tradicional a la hora de ciertas interacciones sociales, como buscar trabajo o eventos sociales.

En la actualidad, dentro de ciertas tribus urbanas la apariencia de Mujer-Niña está siendo muy apreciada, pasando a constituir otra caracterización de armario más para las frívolas.

Para terminar esta somera exposición, he de volver a lo dicho en la primera entrada: yo me adscribo totalmente a la definición de Mujer-Niña, para bien o para mal, y que para efectos prácticos en la vida social, laboral y familiar es una posición bastante nefasta frente a los deseos de normalidad de la gran mayoría. No ha sido fácil mantenerme en mis trece sin recibir burlas, amenazas o escuchar llantos por no madurar ni aceptar los convencionalismos sociales. Y hablo desde una posición inmersa en la cultura occidental-judeocristiana-latina, y con latina me refiero a que viene de los pueblos latinos del mediterráneo, independiente de hasta donde haya salpicado ese funesto legado, y como opuesta o, por lo menos, diferente en algunos aspectos a la anglosajona y a la nórdica. Todavía ahora se nos trata de forma condescendiente, casi como subnormalía simpática, y hay que desplegar toda suerte de atractivos auxiliares a la hora de conseguir trabajo, amén de disimular cualquier tipo de característica que nos haga lucir diferentes –a menos que se trabaje en una tienda de comics, de tattoo o un sex shop, por lo del morbo-.

Con los chicos, este problema está prácticamente superado, ya que en general el 99,9% de los hombres no suelen ser los adalides de la madurez ni mucho menos, y el machismo pétreo de occidente y oriente ha dotado de un dudoso encanto pegadizo a los infantilismos varoniles.

Ahora, pensemos en lo poco habitual que es presenciar un berrinche femenino o un comportamiento extravagante sin que veamos crecer la indignación en la mayoría de los rostros o como poco que muestren azoramiento. Y asco-pena en las miradas femeninas…

En todo caso, vuelvo a reiterar que a estas alturas de la vida prácticamente me da igual la impresión que cause en la gente que no me interesa, que son la mayoría. Los que ya me conocen, ya me aceptan a mi y a mis circunstancias. En resto son ellos y su vulgaridad.

jueves, 16 de agosto de 2007

La Mujer-Niña (Parte 1)

Después de mi sentida y arbitraria apología al Hombre-Niño positivo, no me queda sino cerrar la trilogía con una figura bajo la cual me suscribo: la Mujer-Niña. Fenómeno éste bastante reciente en la Historia conocida, debido a que su desarrollo ha dependido mucho de la libertad de actuación y pensamiento que ha ido ganando la mujer en el último tiempo. Antes, su aparición manifiesta se circunscribía dentro de algunas mujeres de la realeza, círculos restringidos de intelectualoides y artistas de la clase alta y siempre dentro de este sector high. Sólo basta hacer el ejercicio mental de tratar de imaginar a una obrera inglesa de 27 años de finales del siglo XIX, que después de trabajar 16 horas en la fábrica, llegara a su casa a peinar sus muñecas de porcelana o a jugar con los accesorios de su casa de idem, antes de volver al tajo… Imposible.

Tal como en el caso del Hombre-Niño, en la figura de la Mujer-Niña también pueden darse dos vertientes positiva y negativa, pero, primero, una aclaración y una disección.

Con Mujer-Niña no me refiero a esa estampa erótica de postguerra de la lolita o la pin-up aniñada, con la boquita de piñón y el gesto de ups! que tanto excita la mente calenturienta de los hombres. Es decir, no hablo de una imagen sexual a tenor del gusto varonil, sino de una actitud frente a la vida que puede o no redundar en convertirse en un ícono sexual para algunos. A cada cual sus parafilias…

La Mujer-Niña tampoco quiere crecer. La niñez y la adolescencia son su mundo secreto, mágico y finito donde poder estar segura y a salvo, lejos de ese mundo hostil pletórico de hienas femeninas siempre dispuestas a hacer zancadillas, y hombres-lobo que se rifarán sus encantos. Por lo cual tratará de conservar ese estado mental ad perpetuam, manteniendo algunos de sus deleites juveniles tanto como se lo permita su economía. Pese a ello, la Mujer-Niña no tiene aún el beneplácito social a su existencia como el Hombre-Niño, figura aceptada dentro de la sociedad, por lo cual debe disimular sus hobbies y forma de ser para adaptarse a su entorno. Dentro de si conservará sus gustos y aficiones, casi siempre en secreto y lejos de las miradas de los críticos. En el caso femenino, en muchos ocasiones poco importa la creatividad y el talento, sino sólo la figura externa de la mujer excéntrica o loca a secas, que colecciona juguetes y/o se viste como joven cuando ya no lo es.

Sin embargo, estas trabas parecen no correr para aquellas que han nacido entre algodón y para aquellas que han tenido la suerte de tener padres permisivos. Y aquí va la parte negativa del asunto…

Todos hemos oído hablar de esa pija –pariente o no-, que posee la mayor colección de muñecas que hayas visto y todos los accesorios originales de Hello Kitty. Que viaja antes de los 16 años a Disney World Orlando - que no París-, la cual crece exteriormente pero a la que su familia sigue financiando sus caprichos de adolescente que ya no es: con viajes, coches y guitarras para hacer juego a esa pinta de chica punk del –náusea- Corte Inglés, que colecciona novios como perchas para la ropa. Y todo eso es visto como muy super guay por el resto de borregos menos favorecidos económicamente, que la eleva al estatus de diva de todo. Finalmente, sin necesidad de madurar en absoluto ni trabajar en la puta vida, esta pija terminará –si vive en Madrid- con una empresa de diseño exclusivo de ropa en calle Serrano donde desarrollar su creatividad, o en una repugnante tienda de artículos poppies en Malasaña.

El caso de la de los padres permisivos es todavía más patético. Corresponde a la imagen femenina que muchos conocen como la consentida –si, como la cueca chilena-. Esta triste figura es desde pequeña tratada como si de una raní oriental se hablara, por unos padres –sobre todo la madre- que ceden a todos sus caprichos por nimios y molestos que sean, aun cuando la economía familiar no aguante tanto despilfarro. Esa niña que restriega sus nuevos juguetes en las narices de sus compañeros de cole más desfavorecidos; esa adolescente vanidosa y veleidosa, siempre pendiente de las marcas de moda y de ser el centro de atención. Esa Scarlett O’Hara de extrarradio que es presa de las rabietas cada vez que algo no resulta como ella quiere, que suele ser una hija ingrata y desaprensiva, la cual sólo volcará sus energías en la búsqueda de un auspiciador-consorte digno de ella. Y pobre de aquel que caiga en la red: la Mujer-Niña, la consentida, manipuladora y obsesiva, instaurará un reino de terror en el que el pobre pelele de turno sólo pintará algo mientras pueda satisfacer los caprichos de su augusta compañera…

Ejemplos famosos de esa faceta negativa hay unos cuantos, pero yo creo que con una personalidad paradigmática se puede ilustrar este asunto. Y creo que la dulce emperatriz Sissy viene al pelo. Las actuales biografías no hagiográficas han sacado a la luz la personalidad cuando menos asquerosamente complicada de esta mujer, independiente de lo que digan las que la idolatran hasta el punto de obviar lo que para mi son claras patologías mentales: Obligada a casarse a los 16 años con el Emperador de Austria, Francisco José I de Habsburgo-Lorena, en 1854, después de vivir una bucólica infancia de trenzas y amor maternal, nuestra querida Elisabetta Amalia Eugenia von Wittelsbach, Duquesa de Baviera, manifestó en la corte de Viena una vanidad y egocentrismo a prueba de muyaidines-bomba. Más allá del conocimiento certero de que se trataba de una mujer inteligente, muy culta y extremadamente autoexigente, también se sabe de su personalida caprichosa, engreída, con actitudes decididamente de ultramega narcisista.

Además, fue una bulímica y anoréxica toda su vida. A partir de los 25 años luchó cuanto pudo por conservar su figura juvenil de cintura de 47 centímetros y peso de 50 kilos, para 1,72 cm. de estatura. Su dieta ideal eran los pasteles, chocolates y helados, pero los remplazaba rápidamente por zumo de carne y naranjas como única comida del día en cuanto veía peligrar su peso ideal. Practicaba compulsivamente desde las 5 de la mañana gimnasia, y también esgrima, equitación y cacería, además de ser adicta a caminatas de más de 4 horas. La obsesión iba también por su pelo, que le llegaba más abajo del culo, y que debían mantener brillante, teñido y decorado con cientos de trenzas para verse siempre estupenda. Cuando los añitos se le hicieron más notorios, cubrió su rostro con velos y abanicos y ya al cumplir los 30, había prohibido que volvieran a hacerle fotos.

La mala alimentación redundó en su ya mórbido carácter, acrecentando sus cuadros depresivos –insomnio, melancolía, cefaleas, mal humor-. Dicen que detestaba a los niños y odiaba el olor de los bebés. A los 30 años, y después de haberle dado los 4 hijos que tuvo la pareja, le dio con la puerta en las narices a su regio consorte –que la idolatraba-, negándole desde ese momento y hasta su muerte cualquier contacto sexual con ella. Por supuesto, murió antes que ese pobre desgraciado –en 1898 a los 61 años- que, enamorado, le lloró hasta el fin de sus días.

Siempre hay un roto para un descosido…

Y para que vean que esto no es invención mía, incluyo sorprendida un fragmento de una página sobre Sissi que acabo de encontrar en la web, porque no había leído nada antes de comenzar esta crónica vital:Ni varón ni mujer, atravesó inquieta el mundo como un ser infantil, asexuado, narran en el libro La emperatriz Elizabeth, mitos y verdad, de la historiadora Gabriele Praschl Bichler y los psicólogos Gerti Senger y Walter Hoffmann. Para ellos, era una joven narcisista que nunca superó la pubertad. Representó a la mujer niña que se opone a su propia evolución sexual y social, pagando con la anorexia el precio de una batalla en su inconsciente”.

Es que lo que no sé lo adivino.

El Hombre-Niño (Parte 2)


Después de esa verborrea entonada como mea culpa, en cuanto a la extensión de esa plaga peterpanesca debido a nuestra propia falta de criterio y de miras, no puedo sino agregar que todo tiene su yin y su yan, su cara y cruz en cuanto a efectos positivos para las criaturas vivientes. Y así como hay bichos tiránicos e inservibles detrás de ese guapo guitarrista amante de Galáctica, astronave de combate, o de aquel creativo cortometrajista que tiene la colección de muñequitos de Star Wars, no todo hombre-niño es un ser despreciable y abyecto. Porque no toda persona que no quiera pasar página a la dulce niñez tiene que ser, como condición sine qua non, un mentecato obsesivo, manipulador y egoísta.
Los hay que sin dejar de buscar los Art Books de Dragon Ball, jugar a la Wii hasta joderse los tendones o tocar machaconamente la guitarra en su grupo de hard rock, tienen su empleo, son autosuficientes y suelen ser parejas que, ante todo, buscan a una igual en cuanto a estado mental, que comprenda sus aficiones y con quien compartir similares características de personalidad y gustos. Entelequias que, pese a ser estigmatizados por su familia y sociedad como raros, infantiloides e inmaduros, son capaces de crear –música, historias, guiones, arte-, de investigar, inventar cosas y de apoyar a quien esté junto a ellos en sus proyectos propios. Suelen tener una imaginación desbordante –las horas de lectura, TV, juegos de rol y Magic no han pasado en vano-, y para cosas prácticas y por mucho que les disguste, pueden interactuar socialmente sin que por ello eso represente un trauma.
Son criaturas cuya condición de eternos adolescentes –en parte-, los hace menos susceptibles de ser corrompidos por la vil sociedad de mercado. Incluso suelen permanecer alejados de esas repugnantes manías, miserables costumbres y horripilantes prejuicios propios de hombres más “experimentados”, “adultos” y, supuestamente, maduros. Además, aun cuando no todos sean tan creativos ni posean un talento manifiesto, suelen ser capaces de observar, descubrir y alentar las habilidades, talentos y capacidades en otros.

No hay que olvidar que se trata de sujetos bastante especiales en su carácter y quizás en este tipo positivo, los menos habituales de encontrar. Porque, entre el hombre-niño hijoputesco y el agradable hay una línea fina de separación y que ambos pueden rozarse en el momento en que se hacen emocionalmente dependientes de otra persona. Después de todo, siempre necesitarán de un pilar al que aferrarse ante el terrible mundo exterior.
Sin embargo, pese a adolecer de esas cosas que suelen agradarle tanto a las mujeres-objeto, en busca del macho alfa con el cual aparearse y que las cubra de pieles, -como testosterona a chorros, físico de estrella, triunfos deportivos, ambición en consonancia y una chulería de cantante pop de moda-, sus carencias son dobladas de sobra por esas cualidades no tan obvias pero, no por ello menos importantes. La comprensión frente a los intereses, los gustos y las necesidades del otro no es algo que abunde precisamente. Ni tampoco la visión del otro como un igual, con esa igualdad que da la visión adolescente de la vida.
Como una compañera en el juego de la vida.

martes, 14 de agosto de 2007

El Hombre-Niño (Parte 1)


No hay caso. He tratado de soslayarlo adjudicándole el fenómeno a los seres testiculares, ejemplificándolo con su comportamiento primitivo, zafio e infantil. Pero no, el caso es que también podría aplicar en mi el llamado síndrome del hombre-niño, puesto que, cuan enano tamborilero siempre he manifestado reticencias evidentes al fenómeno biológico-social de crecer, de emprender la aventura de la adultez.
Sin embargo, este fenómeno tiene dos vertientes que podrían diferenciarse por la implicación social del sujeto. En la primera, más propia de varones, correspondería a la identificación con el mocoso pelirrojo de Peter Pan, en la que algunos caen con la facilidad del rayo porque es la forma más cómoda y complaciente de vivir: los seres que aplican este cuento a su vida, rehuyen compromisos de toda índole al igual que responsabilidades propias de la vida adulta, como mantenerse en todo ámbito de cosas por si mismos.
Estos adolescentes peludos y eternos, suelen ser caprichosos, maniáticos y vagos. Pero, creo que no existirían fuera de los estratos socioeconómicos altos –y también en ellos-, si no fuera porque mi género femenino les provee de abundantes hormas de su zapato en la clásica – y odiada por mi- figura de la Wendy - cosa que a veces me hace pensar que fue nuestra funesta colaboración la que ayudó a difundir e implantar los duros cimientos del patriarcado machista…-.
Y, he aquí la otra cara de ese Peter Pan que todos hemos conocido alguna vez: la mujer que le aguanta y le hace todo al “niño”, al “gordiwawi”, al “cari”. Como el ejemplo sangrante de las madres de los Hikikomori japoneses, esos seres de ojos oblicuos que se niegan a volver a integrarse en la nefasta sociedad nipona y juegan todo la noche y día con la consola, mientras sus progenitoras jornada tras jornada les pasan su comida por debajo de la puerta. Así cualquiera se queda en su habitación sin volver a trabajar en su vida...
Por ello, si no fuera por esa tonta del culo, esa madre abnegada, esa chica modosa y fiel, esa sudamericana todoservicio que desea todo europeo machista, nadie aguantaría a ese ser egoísta, mezquino e inútil. Pero quién de nosotras no ha caído en la dulce locura de mimar a ese adolescente perpetuo, a ese chico freak tan mono y con conocimientos enciclopédicos, a ese músico y/o artista atormentado, que se siente incomprendido de forma sempiterna. Y nosotras, ¡cómo luchamos por él!, por cuidarlo y tenerlo a gusto, tratando de que se entere de que -aunque indignas-, si podemos vislumbrar un jirón de esa genialidad que se esconde en su rico interior. (continuará)…