En los tiempos que corren, el parloteo incesante de sobreinformación podría llevar a la locura en un nanosegundo a cualquiera. Este mismo blog -y los millones que pueblan la red- es una prueba irrefutable de nuestra soberbia como especie: creemos que todo el mundo tiene el deber cognitivo y congnoscitivo de leer, retener y deglutir toda la palabrería que soltamos en nuestros discursos supuestamente elaborados y/o supuestamente interesantes.
Muchos argüirán que resulta enriquecedor culturalmente hablando esa red casi infinita de intercambio de conocimiento, a través del cual nuestra bienamada humanidad intercambia conocimientos para procurar de mejor manera y de forma más expedita nuestra evolución como especie. Que los intelectuales y, sobre todo, los científicos y las grandes mentes pensantes de nuestro planeta nos conducen de forma ineludible a la tan cacareada utopía mundial. Que las nuevas formas de arte y creación demuestran el elevadísimo grado de evolución al que hemos llegado a través de los siglos. Que nunca antes fuimos más libres, más justos, más tolerantes y preocupados por el medioambiente y otras cuestiones bajo las que se adscribe toda persona normal, juiciosa y con sentido común...
Y yo digo que son todo patrañas. Que lo único que nos mueve y nos ha movido desde que nos bajamos del árbol no es la supervivencia -que sería lo único natural y noble que movería nuestra existencia-, sino el puro y simple egoísmo y, por supuesto, la vanidad. Claro está que estas dos cositas inquietantes y un poco bastante molestas de reconocer existen en diferentes grados según cada persona y, por suerte, hemos de maquillarlas para presentar nuestro papel ante el gran teatro que es el mundo.
Pero, no nos equivoquemos: al interactuar con otros nuestro motor y gasolina es la satisfacción propia, incluso procurando la felicidad de otros no estamos sino utilizándolos como un vehículo a través del cual obtener autosatisfacción -con el componente agregado del reconocimiento, ya sea interno o público- de estas obras.

Todos somos, básicamente, la misma mierda. A todo nivel. Ojalá esto les entrara en la puta cabeza a los nacionalistas de todo el puto mundo. No tratéis de hilar fino, porque ni las elucubraciones más brillantes, ni los sentimientos, ni las sensaciones más primigenias son nuevas y originales. Todo depende de las condiciones en que se dé ese pensamiento en aquella mente "privilegiada". Estamos indefectiblemente hechos para predar al más débil. Nuestro tan celebrado desarrollo a nivel social, intelectual, cultural, científico, político y un largo etcétera -cultural en sentido amplio-, no nos ha hecho mejores, ni más justos, ni menos violentos ni nada. Lo único que hemos hecho y seguimos haciendo es crear nuevas reglas normativas de comportamiento para mantener supuestamente domada -por lo menos a nivel social- a la bestia cruel que llevamos dentro. Ese monstruo que nunca ha entendido ni entenderá de moralinas ni ética ni valores "universales" -me río yo de cuánto aspiramos a alcanzar: ni el mundo, ni el sistema solar, ni la galaxia son suficientes: el universo es nuestro-.
El pedófilo que viola bebés; la cónyuge que mata al marido por la póliza de seguros; el tirano amarillo que vende a los suyos para que los plastinicen en aras de la "ciencia"; el dueño de las farmacéuticas; los que inocularon el VIH, el que permite que sus colegas petroleros se carguen dos torres con personas mientras lee un cuento; el que convierte a otros en tristes pergaminos gaseados; el que escucha los gritos de dolor de los animales y los sigue matando porque le gusta, le excita que sufran y mueran con dolor. Todos ellos y ellas, son "personas humanas" -como dice el 'Gañan'- como tú y como yo. Podría ser tu madre, tu hermano, tu hija, tu abuelito, tu novia, tu amado esposo, tu párroco, tu tío, tu bebé al o a la que violan, matan, torturan, despedazan; el o la que sufre, llora, ruega, grita ante la total indiferencia del otro/otra. O -exceptuando el bebé- el/la que viola, mata, golpea, tortura, hace guerras, roba, contamina, deja morir, etc.
Somos basura pensante productora de millones de millones de toneladas de basura, que se encoje de hombros cuando otros de su especie no les queda sino alimentarse y vivir de la basura. Somos seres que se inventan la deontología, pero que somos incapaces de aceptar que el resto de criaturas vivientes -al nivel que sea- sienten dolor, sufren, se estresan.
¿Y la capacidad de amar?, ¿y el amor?, dirán los más tiernitos. Pues ni eso nos redime ni es exclusivo del ser humano. Además, es egoísta: la muerte, un tercero -o cuarto o quinto-, o la desaparición del amor en el otro nos priva del ser amado. Sufrimos al considerarlo algo nuestro. Que nos amen -aunque no le correspondamos -nos halaga y sube el ego en el fondo, ¿verdad?. Pero, ¡qué despreciable es reconocerlo!
La humanidad es una especie fallida. Y no soy yo la primera que lo ha dicho. Quizás esa constatación sea lo único bueno que hagamos en toda nuestra terrible historia.
Muchos argüirán que resulta enriquecedor culturalmente hablando esa red casi infinita de intercambio de conocimiento, a través del cual nuestra bienamada humanidad intercambia conocimientos para procurar de mejor manera y de forma más expedita nuestra evolución como especie. Que los intelectuales y, sobre todo, los científicos y las grandes mentes pensantes de nuestro planeta nos conducen de forma ineludible a la tan cacareada utopía mundial. Que las nuevas formas de arte y creación demuestran el elevadísimo grado de evolución al que hemos llegado a través de los siglos. Que nunca antes fuimos más libres, más justos, más tolerantes y preocupados por el medioambiente y otras cuestiones bajo las que se adscribe toda persona normal, juiciosa y con sentido común...
Y yo digo que son todo patrañas. Que lo único que nos mueve y nos ha movido desde que nos bajamos del árbol no es la supervivencia -que sería lo único natural y noble que movería nuestra existencia-, sino el puro y simple egoísmo y, por supuesto, la vanidad. Claro está que estas dos cositas inquietantes y un poco bastante molestas de reconocer existen en diferentes grados según cada persona y, por suerte, hemos de maquillarlas para presentar nuestro papel ante el gran teatro que es el mundo.
Pero, no nos equivoquemos: al interactuar con otros nuestro motor y gasolina es la satisfacción propia, incluso procurando la felicidad de otros no estamos sino utilizándolos como un vehículo a través del cual obtener autosatisfacción -con el componente agregado del reconocimiento, ya sea interno o público- de estas obras.
Todos somos, básicamente, la misma mierda. A todo nivel. Ojalá esto les entrara en la puta cabeza a los nacionalistas de todo el puto mundo. No tratéis de hilar fino, porque ni las elucubraciones más brillantes, ni los sentimientos, ni las sensaciones más primigenias son nuevas y originales. Todo depende de las condiciones en que se dé ese pensamiento en aquella mente "privilegiada". Estamos indefectiblemente hechos para predar al más débil. Nuestro tan celebrado desarrollo a nivel social, intelectual, cultural, científico, político y un largo etcétera -cultural en sentido amplio-, no nos ha hecho mejores, ni más justos, ni menos violentos ni nada. Lo único que hemos hecho y seguimos haciendo es crear nuevas reglas normativas de comportamiento para mantener supuestamente domada -por lo menos a nivel social- a la bestia cruel que llevamos dentro. Ese monstruo que nunca ha entendido ni entenderá de moralinas ni ética ni valores "universales" -me río yo de cuánto aspiramos a alcanzar: ni el mundo, ni el sistema solar, ni la galaxia son suficientes: el universo es nuestro-.
El pedófilo que viola bebés; la cónyuge que mata al marido por la póliza de seguros; el tirano amarillo que vende a los suyos para que los plastinicen en aras de la "ciencia"; el dueño de las farmacéuticas; los que inocularon el VIH, el que permite que sus colegas petroleros se carguen dos torres con personas mientras lee un cuento; el que convierte a otros en tristes pergaminos gaseados; el que escucha los gritos de dolor de los animales y los sigue matando porque le gusta, le excita que sufran y mueran con dolor. Todos ellos y ellas, son "personas humanas" -como dice el 'Gañan'- como tú y como yo. Podría ser tu madre, tu hermano, tu hija, tu abuelito, tu novia, tu amado esposo, tu párroco, tu tío, tu bebé al o a la que violan, matan, torturan, despedazan; el o la que sufre, llora, ruega, grita ante la total indiferencia del otro/otra. O -exceptuando el bebé- el/la que viola, mata, golpea, tortura, hace guerras, roba, contamina, deja morir, etc.
Somos basura pensante productora de millones de millones de toneladas de basura, que se encoje de hombros cuando otros de su especie no les queda sino alimentarse y vivir de la basura. Somos seres que se inventan la deontología, pero que somos incapaces de aceptar que el resto de criaturas vivientes -al nivel que sea- sienten dolor, sufren, se estresan.
¿Y la capacidad de amar?, ¿y el amor?, dirán los más tiernitos. Pues ni eso nos redime ni es exclusivo del ser humano. Además, es egoísta: la muerte, un tercero -o cuarto o quinto-, o la desaparición del amor en el otro nos priva del ser amado. Sufrimos al considerarlo algo nuestro. Que nos amen -aunque no le correspondamos -nos halaga y sube el ego en el fondo, ¿verdad?. Pero, ¡qué despreciable es reconocerlo!
La humanidad es una especie fallida. Y no soy yo la primera que lo ha dicho. Quizás esa constatación sea lo único bueno que hagamos en toda nuestra terrible historia.
